La incertidumbre sobre el futuro parece ser una de las pocas certezas que tenemos hoy en día. No se trata de si va a haber futuro o no, sino más bien de si este será mejor o peor. La aceleración de los cambios – climáticos, tecnológicos, sociales, o políticos – dificulta la predicción y transforma al futuro en una pregunta abierta. Esta condición incierta afecta las áreas de conocimiento englobadas dentro del concepto de arquitectura, pues las metodologías de proyección son justamente propuestas de futuro. Así, sin un escenario cierto para el que proyectar, nuestras herramientas quedan en un limbo. Por eso parece necesario encarar las preguntas de futuro desde nuestras áreas, no sólo como un ejercicio intelectual que nos mantiene activos, sino también como una forma de localizar espacios de operación para una generación que, quizás por primera vez, no tiene claro si va a estar en mejor pie que sus predecesores.